Como la propia autora explica, su experimento no tuvo éxito. Mientras otras lenguas inventadas, como el Klingon de Star Trek siguen floreciendo, el Láadan no ha superado el paso del tiempo. Y sin embargo, las deficiencias que su estudio reveló siguen vigentes. Hay sensaciones, sentimientos y emociones que todas las mujeres hemos experimentado alguna vez en nuestra vida simplemente por el hecho de serlo y para las que aún no tenemos palabras que nos ayuden a nombrarlas y darles una entidad contra la que poder luchar.
¿Cómo nombrar esa situación en la que un señor nos explica algo de manera condescendiente, dando por sentado que no seríamos capaces de entender una explicación más compleja y a menudo después de haber despreciado inicialmente nuestra opinión? ¿Cómo expresar lo que se siente al sufrir interrupciones innecesarias cuando estamos tratando de exponer nuestra opinión ante un hombre? ¿Cómo referirse a esas situaciones en las que un compañero de trabajo se apropia de nuestras ideas sin siquiera mencionar nuestra colaboración en el asunto? ¿Qué nombre le damos a esa enervante y recurrente circunstancia en la que una mujer expone una idea que pasa totalmente desapercibida, hasta el momento en que un compañero de trabajo repite exactamente lo mismo y entonces pasa a ser tomado en consideración por el resto de los asistentes?
En inglés nos llevan ventaja. Esta lengua ha condensado esas situaciones y las emociones asociadas a ellas en palabras como mansplaining, manterrupting, bropropriating y heapeting, respectivamente. Los medios de comunicación se han hecho eco de ellas como neologismos. En el caso de mansplaining, la Fundeu incluso ha propuesto unas expresiones alternativas: machoexplicación o condescendencia machista, sin demasiado éxito.
Como lingüista y como mujer, miro a veces con envidia hacia estas otras lenguas y sus hablantes, que sí que pueden expresar con palabras concretas esas sensaciones sin tener que tomarlas prestadas, y pienso que deberíamos seguir la estela de Suzette Haden y tratar de inventar todas las palabras que sean necesarias, aunque algunas prendan y otras no. El viaje de descubrimiento y reflexión sobre los conceptos que aún no tienen nombre en la lucha por la igualdad al que nos llevaría este objetivo seguro que merece la pena en sí mismo.
¡Me encanta, Lorena! Es una cuestión que repito mucho en mis charlas: necesitamos palabras que nombren la realidad para poder identificarla y lidiar con ella. Gracias por escribirlo.
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